La sociedad del cloroformo
Mientras arde París, las calles de Madrid se llenan de putas que ofrecen en Malasaña sus cuerpos eslavos y sudamericanos a precio de saldo. La crisis aprieta. Unas horas adentro en la madrugada los mendigos se apoderaran de los portales y pasarán la noche lo mejor que puedan. Unos señores herederos de un capital que desprecian harán malabares y fumarán porros. En la Alameda de Sevilla algunos alegres amantes infieles del anarquismo harán pintadas que dirán que hay que ir contra "ellos", sin especificar quienes son "ellos" y sin saber quiénes son ellos mismos. Todos beberán cerveza fresquita, se sentarán en unos bancos a seguir consumiendo droga, a seguir alcoholizándose y haciendo chistes fáciles. Porque, como César sabía, nunca un gaditano, ni un hispalense, hicieron revolución alguna. Mientras las calles de París se inflaman, arden coches, se queman contenedores, mientras se sigue buscando la arena bajo los adoquines, en las calles de Valencia, de Valladolid, de Málaga, de Bilbao, lo que se buscarán serán los brazos para cruzárselos. Y en Europa se maravillarán del efecto majestuoso de nuestro sistema educativo. En el próximo informe PISA, ese que tan mal nos pone siempre, seguro que empiezan a cuestionarse que a lo mejor nuestros políticos lo han hecho bien. La sociedad del cloroformo.
Hay quien, desde nuestro país, se cuestiona la viabilidad de seguir haciendo huelgas, de seguir convocando a la gente. Los gobernantes, como Sarkozy, como Zapatero, como todos los líderes europeos, han salido de unas elecciones meridianamente democráticas, aunque en España la democracia sea algo poco menos que cuestionable debido al formato en el reparto electoral. La preeminencia de intereses de partido por encima de intereses políticos, sociales y económicos, lleva a cerrar pactos imposibles de entender a nivel ideológico (como por ejemplo que un partido que se dice de izquierdas cierre unos presupuestos generales con dos partidos nacionalistas de derecha). Si la democracia se vulnera, si los gobernantes no hacen caso de la voluntad del pueblo, entonces están atentando al derecho constitucional de la soberanía nacional, y por tanto es legítimo que el pueblo utilice la violencia contra quienes actúan violentando las instituciones. Ellos son los violentos, no lo olvidemos. Y tampoco olvidemos que la policía está para legitimar el régimen de una clase dirigente, vulgo dar palos. El deber del ciudadano es responder ejerciendo su soberanía popular, incluso, si es necesario, atacando a los instrumentos de opresión hacia los cuales se pliega el gobierno. En el caso español, la respuesta es clara, son el Santander y el BBVA quienes ejercen los medios de control de la política económica del país. Y lo que es peor, de la política educativa y cultural. ¿Es necesario recordar que desde hace años la deuda de las universidades se entregó al banco del señor Botín y que desde entonces hay silencio sobre Bolonia y la LOU? ¿Hace falta que el formato de capitalismo paternalista y servil viene alimentado desde la propia entidad financiera? Unas entidades que no dudaron en efectuar créditos "flexibles" en época de artificial bonanza económica, engordada por ellos mismos, para negarse ahora a llevar a cabo ningún tipo de inversión. Vivimos sumidos en una crisis financiera y, sin embargo, ¿estos bancos crecen? ¿cómo puede el BBVA patrocinar la NBA? ¿y el Santander la F1? Sencillamente porque ya no son empresas españolas, sino transnacionales, y a pesar de eso dejamos que decidan nuestras políticas sociales, educativas y económicas.
Como diría Sabina, pues, nos sobran los motivos. Nos sobran para reclamar la existencia de partidos construidos desde la identidad ideológica y no desde la desintegración de las ideologías que pretenden al enterrar los conceptos de izquierda y derecha. La auténtica democracia se construye ofreciendo alternativas viables que condicionen las políticas a las ideologías electas. De lo contrario, caemos en el posibilismo turnista de otro tiempo que redunda en un sistema caciquil en la práctica. Nuevos caciques que surgen de unas castas políticas, como las definió Rousseau, entregadas a la corrupción y al enriquecimiento propios. Nos sobran para reclamar un sistema bancario equilibrado donde el capitalismo paternalista se conjugue con formas de capitalismo mercantil centroeuropeo. No se puede aceptar únicamente un modelo emanado de una cultura calvinista y anglosajona como el único viable, sino que es necesario atender a las particularidades regionales de cada espacio cultural. Europa se ha equivocado al intentar imponer cambios de mentalidad a golpe de dinero, así no funciona y un poco de historia no les habría venido mal. Pero para eso, además de estudiar, hay que ser inteligente. Nos sobran los motivos para pedir el cese del presidente del gobierno, su renuncia y expulsión del Partido que le sustenta y que, de forma urgente, debería plantearse retomar la senda del Socialismo si quiere ser un serio referente de la izquierda. Nos sobran los motivos para reclamar un modelo educativo unificado para todo el territorio nacional, atendiendo a sus particularismos pero no convirtiéndolos en eje troncal de las materias, reformando el sistema desde la Primaria hasta la Universidad con la participación de elementos activos de todos los agentes implicados. No olvidemos que la auténtica democracia existe cuando proporcionamos a nuestros descendientes una educación en valores que va desde que entran en el sistema hasta que salen de la Educación Superior.
Y sobre todo, nos sobran los motivos para salir a la calle, usar "la voz y la palabra", que diría Blas de Otero, y reivindicar que la soberanía debe seguir residiendo en el pueblo. No en el pueblo como una entelequia fácil de manipular por demagogos, no en el pueblo como los de extracción social más baja, sino como el conjunto de los ciudadanos. Mientras arde París, los ciudadanos de España se acostarán pensando en el próximo partido de su equipo, en cómo trapichear un poco más con los fardos que llegan a Barbate, en la melopea (coger una papa gorda, que se entienda, si ya digo convertirse en dipsómanos me acusan de carca) que se piensan pillar el sábado noche, y sobre todo, pueden acostarse tranquilos nuestros concejales, ministros, consejeros, cargos de confianza a dedo, vice-nadas, senadores, todos los que saben que la silla no se la va a mover nadie, los que saben que, como mucho, tendrán que soportar una pitada en una inauguración de algo, porque saben, por desgracia saben, que mientras arde París, Madrid se baña en lujo, calma y voluptuosidad.
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