Crees que lo sabes, que es una decisión tomada y meditada.
Crees que tienes las cosas claras, y que sabes lo que vas a ganar y a lo que vas a renunciar.
Crees saber que lo que les pasa a los otros no te pasará a ti y que en definitiva sabes lo que haces.
No tienes ni idea.
Cuando llega el momento del parto, sea éste como sea, no sabes qué va a pasar. Cómo no tienes ni idea, crees que ese será el momento más emocionante. Crees que serás inmensamente feliz en el momento de tener a tu niño en brazos y que tendrás una comunión espiritual o algo así y que todo será fabuloso. Puede ser así o no. El caso es que te ves con un alguien diminuto en brazos y no tienes ni la más remota idea de qué hacer con él. Ni el padre ni la madre.
Estás en un hospital, la gente viene a verte, te pregunta cómo estas y tú dices que bien, que muy contento. Porque es verdad, estás contento, o eso te parece. Más bien, estás fuera de ti. No sabes muy bien dónde estás ni qué pasa…es como si de tu vida normal que transcurría en línea recta, hubieras cogido un desvío que crees que va paralelo a esa vida normal y que cuando salgas del hospital volverás a reengancharte a esa carretera principal.
Y no. Esa carretera principal se va alejando y lo que tú te creías que era una vía de servicio, es ahora tu nueva autopista de vida. Y hay unas nuevas normas y tú no las conoces.
Y llegas a casa. Y te das cuenta de que eso es tu nueva vida. Y no sabes qué hacer. Ves a tu churumbel tan indefenso, tan pequeño, tan poca cosa que todo te da miedo. Te da miedo que le pase algo, que no coma, que no duerma, que se ponga enfermo, si ha dejado de respirar, la muerte súbita se convierte en una fijación. Crees que cómo es tan pequeño, es cuando más necesita que le protejas, porque está más indefenso.
Y una vez más, no tienes ni idea.
Protegerles de los peligros que les acechan cuando son canis es facilísimo. No puedes evitar que se pongan enfermos pero para eso hay médicos y medicinas. Que no coman o no duerman tampoco va a acabar con ellos…eso lo vas aprendiendo poco a poco. Realmente de bebés, puedes protegerlos de casi todo…pero eso tampoco lo sabes, crees que según crezcan necesitarán menos protección.
Y otra vez más, te vuelves a equivocar.
Según van creciendo, más y más cosas pueden hacerles daño. Y tú cada vez eres más incapaz de protegerles de esas cosas. No hablo de qué se abran la cabeza con un columpio, se coman un click o mastiquen plastilina. Eso son chorradas y no pasa nada. Hablo de cosas que van a pasarles, que tienen que pasarles y de las que no puedes protegerles y además en la mayoría de los casos es mejor que no lo hagas.
Cuando se van haciendo mayores pueden sufrir por el desinterés de otras personas hacia ellos. Al fin y al cabo, vienen de ser pequeños, de ser el centro de atención y de cuidados de sus padres y sus familias…y salen a un territorio hostil, donde ya no son el centro del universo...tienen que aprender que son especiales pero no los únicos especiales del planeta.
Tienen que sufrir que haya otros niños que no quieran ser sus amigos. Sufrirán cuando se peleen con sus amigos y cuando esos amigos les hagan daño. Sufrirán cuando se burlen de ellos. Sufrirán al intentar hacer algo y no conseguirlo. Se frustrarán cuando todos sus amigos hagan algo y ellos no puedan. Sufrirán cuando no puedan comer lo mismo que los otros niños. Sufrirán dolores que tú no podrás evitar. Sufrirán las burlas de otra gente. Se sentirán discriminados. Les partirán el corazón. Estarán desorientados y confusos. Tendrán pena suprema y las palabras de consuelo que les darás no servirán de nada. Se sentirán incomprendidos. Asustados. Sobrepasados.
Todas esas cosas van a pasarles. Y tienen que pasarles. Y tú sabes que les va a doler…y no puedes hacer nada. Unas veces porque no hay manera de evitarlo y otras veces porque tienen que pasar por ello, pero te gustaría que aprendieran lo que hay que aprender de esas experiencias sin sufrir. Pero sabes que es imposible, que la vida no funciona así...asi que los ves sufrir y sufres tú.
No tienes ni idea.
Cuando llega el momento del parto, sea éste como sea, no sabes qué va a pasar. Cómo no tienes ni idea, crees que ese será el momento más emocionante. Crees que serás inmensamente feliz en el momento de tener a tu niño en brazos y que tendrás una comunión espiritual o algo así y que todo será fabuloso. Puede ser así o no. El caso es que te ves con un alguien diminuto en brazos y no tienes ni la más remota idea de qué hacer con él. Ni el padre ni la madre.
Estás en un hospital, la gente viene a verte, te pregunta cómo estas y tú dices que bien, que muy contento. Porque es verdad, estás contento, o eso te parece. Más bien, estás fuera de ti. No sabes muy bien dónde estás ni qué pasa…es como si de tu vida normal que transcurría en línea recta, hubieras cogido un desvío que crees que va paralelo a esa vida normal y que cuando salgas del hospital volverás a reengancharte a esa carretera principal.
Y no. Esa carretera principal se va alejando y lo que tú te creías que era una vía de servicio, es ahora tu nueva autopista de vida. Y hay unas nuevas normas y tú no las conoces.
Y llegas a casa. Y te das cuenta de que eso es tu nueva vida. Y no sabes qué hacer. Ves a tu churumbel tan indefenso, tan pequeño, tan poca cosa que todo te da miedo. Te da miedo que le pase algo, que no coma, que no duerma, que se ponga enfermo, si ha dejado de respirar, la muerte súbita se convierte en una fijación. Crees que cómo es tan pequeño, es cuando más necesita que le protejas, porque está más indefenso.
Y una vez más, no tienes ni idea.
Protegerles de los peligros que les acechan cuando son canis es facilísimo. No puedes evitar que se pongan enfermos pero para eso hay médicos y medicinas. Que no coman o no duerman tampoco va a acabar con ellos…eso lo vas aprendiendo poco a poco. Realmente de bebés, puedes protegerlos de casi todo…pero eso tampoco lo sabes, crees que según crezcan necesitarán menos protección.
Y otra vez más, te vuelves a equivocar.
Según van creciendo, más y más cosas pueden hacerles daño. Y tú cada vez eres más incapaz de protegerles de esas cosas. No hablo de qué se abran la cabeza con un columpio, se coman un click o mastiquen plastilina. Eso son chorradas y no pasa nada. Hablo de cosas que van a pasarles, que tienen que pasarles y de las que no puedes protegerles y además en la mayoría de los casos es mejor que no lo hagas.
Cuando se van haciendo mayores pueden sufrir por el desinterés de otras personas hacia ellos. Al fin y al cabo, vienen de ser pequeños, de ser el centro de atención y de cuidados de sus padres y sus familias…y salen a un territorio hostil, donde ya no son el centro del universo...tienen que aprender que son especiales pero no los únicos especiales del planeta.
Tienen que sufrir que haya otros niños que no quieran ser sus amigos. Sufrirán cuando se peleen con sus amigos y cuando esos amigos les hagan daño. Sufrirán cuando se burlen de ellos. Sufrirán al intentar hacer algo y no conseguirlo. Se frustrarán cuando todos sus amigos hagan algo y ellos no puedan. Sufrirán cuando no puedan comer lo mismo que los otros niños. Sufrirán dolores que tú no podrás evitar. Sufrirán las burlas de otra gente. Se sentirán discriminados. Les partirán el corazón. Estarán desorientados y confusos. Tendrán pena suprema y las palabras de consuelo que les darás no servirán de nada. Se sentirán incomprendidos. Asustados. Sobrepasados.
Todas esas cosas van a pasarles. Y tienen que pasarles. Y tú sabes que les va a doler…y no puedes hacer nada. Unas veces porque no hay manera de evitarlo y otras veces porque tienen que pasar por ello, pero te gustaría que aprendieran lo que hay que aprender de esas experiencias sin sufrir. Pero sabes que es imposible, que la vida no funciona así...asi que los ves sufrir y sufres tú.
Y crees que eso es lo peor. Pero te equivocas otra vez.
Luego está lo peor. Sufrirán por tu culpa. Cuando tú pierdas la paciencia, les grites, les castigues con razón pero una razón que ellos no entienden. Cuando digas alguna crueldad innecesaria pero inevitable. Cuando no les creas. Cuando les acuses de mentir. Cada vez que te pongas hecho una furia. Cuando les digas que no porque estás cansado, cuando no les prestes atención porque estás ocupado en otra cosa. Cuando olvides preguntarle por su trabajo de plástica. Cuando no seas capaz de contestar a una pregunta o lo que contestes les haga sentirse asustados. Cuando hagas algo que les incite a pensar qué prefieres a su hermano, cuando no valores un esfuerzo determinado. Cuando crean que no les quieres…y miles de cosas más que harás mal y que repercutirá en ellos. Y sabrás que sufren y sabrás que es por tu culpa.
Porque cuando son bebés, si no les das de comer lo que necesitan, si no eres capaz de que se duerman, si les vistes con la ropa al revés, si eres un desastre y se te olvida cambiarle el pañal o te quedas sin leche para el biberón a las 12 de la noche y tienes que ir a comprarla a una farmacia de guardia…ellos no se darán cuenta y tu reputación y prestigio como padre estará a salvo.
Cuanto mayores son, más difícil es. Más sufren y menos puedes hacer para evitarlo y lo que es peor...más a la vista están tus defectos como padre. Ellos los ven, pero lo peor es que los ves tú y eres consciente de que eso es lo mejor que puedes hacerlo. Y jode.
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