El mundo apesta....pero es hermoso
El mundo, así en general, es un lugar bastante incómodo. Si aún no se ha dado cuenta, una de dos: o vive en la parte más espaciosa y mejor alicatada de él o va poco al cine. O las dos cosas, que también puede ser. Eso sí, tenga claro que está en minoría. La mayor parte del planeta es, admitámoslo, un vertedero. La Berlinale, siempre sensible con las conciencias necesitadas de excusas para sentirse dolientes y superiores, dedicó el día precisamente a eso: a demostrar que ir poco al cine ahorra disgustos (hablamos del cine en general, no del español exclusivamente).
Las películas a competición acudieron a su cita con la firme voluntad de hacer daño. Más que para ser vistas, se hicieron para ser arrojadas. Tanto la película del alemán Ulrich Köhler como la de la norteamericana Victoria Mahoney reflexionan sobre los inconvenientes de ser pobre o muy pobre. Mala educación, drogas, falta de agua potable, enfermedades, corrupción... Créanme, un asco. Si conocen a alguien que después de pasar las vacaciones en un ’resort’ del tercer mundo le dice que conoció gente "pobre, pero feliz", háganme un favor: mándele a la mierda.
Pero, vayamos por partes. Primero, las malas noticias. Victoria Mahoney es una mujer negra nacida al cine al calor del Festival de Sundance. Su película, ’Yelling to the sky’ (gritando al cielo), en consecuencia, maneja todos los ’tics’ del género (pues ya va camino de serlo). En la que es su primera película, la directora se atreve con una historia autobiográfica y perfectamente abierta en canal. Todo lo que se ve es, o quiere ser, tan duro como el pedernal duro. Y, sin embargo, dice ella, "me he saltado las partes más salvajes. He querido hacer una película autorizada para todos los públicos. Mi vida no lo es". Vaya.
Si vieron el año pasado ’Precious’ se pueden hacer una idea de lo que la película pretende. Eso sí, no lo consigue. La joven Zoë Kravitz (un apellido que abre puertas) secundada para Gabourey Sibide (en efecto, la protagonista de ’Preciuos’) se lanzan juntas por los terrenos situados a los márgenes: padres maltratadores, colegios que parecen jaulas, familias desestructuradas (que adjetivo más desestructurado), alcohol, drogas y, ya que estamos, rock & roll. Todo ello, eso sí, muy cerca de nuestra casa. Estamos en el país más desarrollado del planeta.
Lástima que al final todo parezca una parodia de sí mismo. La incapacidad de la realizadora para narrar, para dejar la cámara quieta y cerca de los ojos de sus personajes, acaba por convertirse en un ejercicio de amaneramiento tan farragoso y pueril como torpe. El entusiasmo no siempre es el mejor consejero y muchas veces las ganas no bastan. Casavettes, referencia indefectible y eterna de esta forma de colocarse detrás de la cámara, nunca dejó que la forma se viera. Es más, acabó con la forma. Pero esto es otra historia.
El caso de Köhler es diferente. Y mejor. El casi debutante (es su tercer filme) director viaja al África ardiente para contar en ’Schlafkrankenheit’ (enfermedad del sueño) una de esas certezas con las que conviene familiarizarse de pequeño: la vida duele. Su intención es adentrarse en la mirada de un médico alemán empeñado en ayudar a los que necesitan ayuda. Pronto, sin embargo, es él el que, perdido e incapaz de entender nada, acaba por necesitar una ración urgente de primeros y últimos auxilios. Con sabiduría, acierto y buen tono, el realizador se impone el esforzado trabajo de evitar tópicos, esquivar prejuicios y, ya que nos ponemos, llegar al fondo.
Acostumbrados como estamos a esos ejercicios buenistas y tontorrones a los que nos tiene acostumbrado el cine, digamos, militante y reciente, resulta tonificante la propuesta de alguien que se empeña en ser riguroso. No hay condescendencia, sólo la certeza de que las cosas están mal y van camino de estar bastante peor. Bien es cierto que la cinta es pequeña, tanto en intenciones como en resultados, y que la voluntad metafórica, por momentos, da leves dolores de cabeza. Pero es disculpable. ¿Cuántas películas de aspiración global tipo ’Babel’ hemos tenido que soportar en la última década? ¿Cuántos artistas con la chaqueta de ’salvamundos’ han castigado a la inteligencia en los últimos años vestidos de esmoquin y con una estatua dorada en la mano? Creo que nos estamos desviando del tema.
A lo que íbamos, el retrato de un médico negro francés (otro que acude a socorrer al alemán de antes) perdido en sus prejuicios en un mundo que desconoce y quiere salvar, es sencillamente ilustrativo de lo tontos que podemos llegar a ser. Cualquiera de nosotros. Y es mucho.
Lo dicho, el mundo apesta. Y, por favor, no se crean eso de que el dinero no da la felicidad. La falta de alcantarillado, tampoco.
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